El candor de padre Brown by G. K. Chesterton

El candor de padre Brown by G. K. Chesterton

autor:G. K. Chesterton [Chesterton, G. K.]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Relato, Policial
editor: ePubLibre
publicado: 1910-12-31T16:00:00+00:00


«QUERIDO PADRE BROWN:

Vicisti, Galilæe[71]! O en otros términos: tiene usted unos condenados ojos que todo lo ven y lo penetran. ¿Será, pues, posible que haya en nosotros algo más que materia?

Soy un hombre que ha creído desde la infancia en la naturaleza y en los instintos y funciones naturales, importándole poco que los hombres los declaren conformes o no con la moral. Mucho antes de llegar a doctor, cuando no era más que un chico de escuela y me entretenía en cazar ratones y arañas, ya pensaba yo que lo mejor es ser un buen animal. Pero heme aquí todo confuso: he creído en la naturaleza, y ahora me parece que la naturaleza puede traicionar a los hombres. De modo que, ¿puede haber otra cosa más allá de esta miseria? Siento que me vuelvo loco.

Yo amaba a la mujer de Quinton. ¿Qué había en ello de malo? La naturaleza me lo ordenaba, y el amor es lo que mueve al mundo. También me parecía que ella podía ser más feliz con un animal equilibrado, como yo, que con ese lunático atormentador. ¿Qué había de malo en ello? Yo no tenía que habérmelas sino con hechos, a título de hombre de ciencia. Ella hubiera sido más feliz conmigo.

De acuerdo con mi credo, yo era libre de matar a Quinton, puesto que era lo mejor para todos, incluso para él. Pero, como animal sano, lo que menos se me ocurría era matarme de paso a mí mismo. Así pues, decidí no obrar mientras no se presentara una ocasión favorable, en que quedara yo libre de sospechas. Esta mañana creí ver la ocasión.

Para decirlo todo, hoy he estado tres veces en el estudio de Quinton. La primera vez no me habló más que de su cuento de brujería, titulado La maldición de un Santo, cuento que estaba a la sazón escribiendo y que trataba de cómo un ermitaño indio obligó a suicidarse a un coronel inglés por sugestión. Me mostró las últimas cuartillas y me leyó el párrafo final, que decía más o menos:

“El conquistador de Punjab —verdadero esqueleto amarillo, pero verdadero gigante— logró incorporarse sobre un codo y cuchichear al oído de su sobrino: —Muero por mi propia mano; sin embargo, muero asesinado.”

Por una casualidad, estas últimas palabras estaban escritas al principio de una hoja. Salí del estudio y anduve paseando por el jardín, embriagado por la perspectiva de una oportunidad tan admirable.



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